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Historia

Historia del Vino

Historia del vino
Pixabay / Libre de derechos

Historia del vino

Tal como se conoce en la actualidad, el vino es una bebida alcohólica que se produce mediante la fermentación del jugo de uvas machacadas, las cuales contienen levadura en su piel, adicionándole alcohol etílico. Es quizás uno de los licores que más ha hecho presencia en la vida del ser humano a lo largo de su amplia historia, pues está estrechamente relacionado con la política, agricultura, relaciones sociales, gastronomía, etc. El origen del cultivo de la uva para su posterior vinificación es un terreno de mucho debate, pues muchos pueblos y países se adjudican el origen de estas prácticas.

Un posible inicio que muchos aceptan y está corroborado por restos arqueológicos encontrados en el área que datan de 8000 a 5000 a.C., es que la producción del vino se originó en una amplia zona que conforman Georgia e Irán. Es probable que desde este punto los primeros frutos fueran cultivados a medida que el hombre se asentaba en un lugar específico, lo que llevaría al uso de la uva como fuente principal de alimento. Además cabe la posibilidad de que se macharan para la extracción del zumo dulce, guardando lo sobrante en vasijas bien selladas que ayudaron a la fermentación del líquido, creando sin intención un vino primigenio.

Posteriormente sería introducido en Egipto, donde si bien su popularidad se vio opacada por la cerveza, se experimentó ampliamente en su elaboración. Es en este lugar que se le agrega el proceso de añejamiento, el registro de quien lo cosechó y la calidad, además de ramificarlo en diferentes variedades, entre ellas el vino tinto y el vino blanco. El nombre que llevaba por aquel entonces era Shedeh y se utilizaba en algunas ceremonias religiosas, principalmente en luna nueva y luna llena. Su creación era atribuida al dios Osiris, divinidad de la agricultura.

Aproximadamente en el año 700 a.C. el vino llega a Grecia por medio de la isla de Creta. Desde que se introdujo el producto se inició a cultivar en el sur de Italia, Sicilia y Libia, para posteriormente producir un vino propio. La popularidad del vino se acrecentó tanto que se volvió una bebida común y se le asignó una divinidad: Dionisio. El vino era diluido con agua para el consumo regular, su estado puro sólo se permitía en ritos funerarios, fiestas o para ser esparcido como ofrenda a los dioses.

El consumo elevado de los griegos provocó que se expandieran las prácticas de vinificación en la zona mediterránea. Para el 200 a.C. la península de Italia se consagró con el título de Oenotria (tierra de uva), indicando la calidad en el cultivo y producción del vino. Luego de la invasión y asimilación de Grecia por parte de los romanos, el vino expandió aún más sus terrenos de cultivos, además se empiezan a desarrollar técnicas de injertos para mejorar la calidad de los frutos a usar. Aunque se continuó con el almacenamiento y transporte en vasijas selladas, posteriormente pasó a usarse los cubos de madera como recipiente predilecto. A la fecha todavía permanece como el espacio preferido para conservarlo, pues se considera que la madera mejora el sabor del vino.

Al igual que los griegos, los romanos únicamente podían ingerirlo puro en las fiestas o ritos fúnebres, el nombre de su deidad era Baco. Debido a la preferencia de los vinos claros, eran usados diversos aditivos para esto. Para este tiempo se designa a la bebida con la palabra de “vinum”, en referencia a los frutos del que está hecho: la uva.

Tras la caída del imperio romano, los  pueblos germanos ocuparon sus territorios y los invasores cristianos que gustaban del vino heredaron sus prácticas. Los viñedos pasaron a ser propiedad exclusiva de reyes y monjes. El proceso de vinificación lo realizaban exclusivamente los monasterios, quienes agregaban una denominación como Klaus o hermitage, para indicar el lugar de procedencia.

A medida que los reyes católicos de la península ibérica recuperaban sus territorios invadidos por musulmanes, ordenaron la creación de granjas que se dedicaran a su cultivo cercanas al Camino de Santiago de Compostela. Aproximadamente en el siglo XIV se inician los primeros libros que tratan el tema del vino, el primero de ellos es adjudicado al doctor Arnau de Vilanova, indicando las cualidades antisépticas que tiene este licor. En el siglo XVI por mandato de El Cardenal Cisneros, Gabriel de Alonso Herrera compila todos los saberes agrícolas, destacando principalmente las técnicas de cultivo de la uva y la posterior producción del vino con estas.

Gracias a la expansión del imperio español, el vino terminó de cubrir casi todo el globo terrestre, los colonos no se disponían a renunciar al placer de consumirlo por lo que en todas sus expediciones al Nuevo Mundo era necesario su cultivo. Sin embargo por temor a que las áreas conquistadas fueran autosuficientes se prohibió el cultivo de plantas sin autorización real o licencias especiales. Debido a los esfuerzos de Benjamin Franklin, Benjamin Gale y Thomas Jefferson, promoviendo el vino de las colonias, además del uso de las uvas autóctonas, se fueron diluyendo las restricciones.

Por órdenes del emperador Luis napoleón, se le asigna al químico Louis Pasteur analizar los motivos que estropean los vinos. Las investigaciones determinaron que pequeños seres microscópicos influían en el proceso de fermentación, siendo necesario un adecuado control de estos, destacando el rol fundamental del oxígeno en el proceso. Posteriormente recibiría dos renovaciones fundamentales: el uso del corcho para cerrar recipientes, sumado a la elaboración de vidrio resistente, favoreciendo la conservación y transporte.

Pese a que se vio afectado por plagas dañinas, enfermedades, crisis económicas, leyes secas, guerras mundiales, etc. El vino ha salido de aquellos obstáculos y ha sobrevivido a lo largo de las décadas, pues sigue siendo un licor muy apetecido por su calidad, la  variedad de sabores, además de la ardua labor para crear los mejores al paladar.

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