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Historia del termómetro

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HISTORIA DEL TERMÓMETRO

Al revelar la historia del termómetro, descubrimos que antes de que este se inventara, ya los médicos empleaban unas escalas de temperatura subjetiva. En el siglo II d. C. el médico griego Galeno de Pérgamo, propuso que la sensación de “frío” o “calor” se midiera según una escala numérica de cuatro grados de calor, situados por encima y por debajo de un punto neutro, lo cual sirvió de pauta a la praxis médica hasta el siglo XVIII.

Los escritos de Herón de Alejandría, que vivió hacia el siglo I d. C. eran bien conocidos por los eruditos italianos, después de publicarse sus manuscritos en 1575. Entre los raros artificios inventados por Herón había “una fuente que gotea al sol”. Los científicos italianos que lo investigaron dieron una explicación, era debido a la expansión provocada por el calor. A finales del siglo XVI habían desarrollado el termoscopio de aire, precursor inmediato del termómetro que reflejaba cualitativamente el efecto del calor por la expansión del aire.

El termoscopio de aire consistía en un frasco de vidrio con un cuello largo y estrecho que, al ser calentado, se dilataba y expelía parte del aire. Luego se invertía el frasco, con la boca dentro del agua, por lo que, al enfriarse, la contracción del aire hacía subir el agua por el cuello. Las variaciones de nivel en el cuello indicaban cambios de temperatura.

En 1611, Bartolomé Telioux, de Roma, describía un termoscopio con escala, pero su descripción era de segunda mano y le faltaba comprensión de los principios físicos aplicados.

El médico italiano Santorio Santorre puede considerarse el inventor del termómetro, al haber desarrollado el termoscopio de aire con una escala en grados para facilitar una medida cuantitativa de temperatura.

En la década de 1650 – 60 ya era conocido el termómetro de aire; en 1660, Otto de Guericke colocó un impresionante termómetro de aire en la facha de su casa en Magdeburgo. En 1664, Evangelista Torricelli había descubierto la variabilidad de la presión del aire, y en esa década se comprobó que el termómetro de aire reaccionaba tanto a los cambios de presión como de temperatura. Para este problema existía una solución, el termómetro de líquido en un tubo cerrado inventado por el Gran Duque de Toscana, Fernando II, en 1654 o antes, el cual no le afectaba la presión ya que los cambios afectaban uniformemente a todo el aparato.

El termómetro de líquido en tubo cerrado se difundió ampliamente después de la publicación de las investigaciones de la “Academia del Cimento” de Florencia en 1666. El soplador de vidrio de esta academia produjo termómetros de 50° y 100° de aspecto similar a los que se usan hoy en día, pero con escalas que diferían según los tipos, si bien los del mismo tipo, podían coincidir. Un termómetro de 420° con tubo helicoidal permitió una maravillosa demostración de la expansión del alcohol empleado como líquido termométrico, pero en realidad no era funcional. Sin embargo, esta demostración se puede considerar como un logro notable, ya que estos termómetros fueron hechos antes de hubiera conciencia de la necesidad de una cuidadosa calibración mediante puntos fijos para establecer una escala de temperaturas universalmente homologable.

Durante la década de 1660 – 70, Robert Hooke, Director de Experimentos de la Royal Society de Londres, trató de construir termómetros que concordasen entre sí sin tener que seguir la regla florentina de una total similitud física. Adoptó un sólo punto fijo, la temperatura a que el agua empieza a helarse. Hasta el siglo XVIII no hubo éxito en los intentos de producir termómetros homologables que pudieran ser construidos por cualquier soplador de vidrio. A pesar de perseguirse una escala racional y universal de temperaturas, el siglo XVIII presenció gran número de escalas termométricas; hasta 27. En su momento se descartaron propuestas de tomar la temperatura de la sangre, el punto de fusión de la manteca o la temperatura de las bodegas de París como puntos fijos. En la década de 1740 – 50 cristalizó el criterio de que los puntos de congelación y ebullición del agua eran las mejores referencias.

En 1717 un fabricante de instrumentos de Amsterdam, Daniel Gabriel Fahrenheit, comenzó la producción comercial de termómetros de mercurio. La escala de temperaturas asociada a su nombre define el punto de congelación del agua como 32°, y el de ebullición como 212°. La escala centígrada fija el 0° para la congelación y los 100° para la ebullición. Es curioso que el acuerdo que dio el nombre de “Celsius” a esta escala, en memoria de su inventor (1742) el astrónomo sueco Andres Celsius, perpetúa un error histórico: pues la escala Celsius era al revés, al tener sus 100° en el punto de congelación y 0° en el de ebullición; fueron Jean-Pierre Christin y Carlos Linneo quienes invirtieron ambos puntos años más tarde.

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