Mary Anning (21 de mayo de 1799 – 9 de marzo de 1847) fue una paleontóloga y comerciante de fósiles inglesa, acreditada con el descubrimiento de varios especímenes de dinosaurios que impulsaron el desarrollo temprano de la paleontología. Sus hallazgos ayudaron a las carreras de muchos científicos británicos y contribuyeron, en parte, a la teoría evolucionista de Charles Darwin. Poco reconocida en vida, su labor fue reivindicada finalmente gracias a la ola feminista. En 2010, la Royal Society la nombró una de las diez mujeres más influyentes de la historia británica.
Anning nació el 21 de mayo de 1799 en el seno de una familia protestante de Lyme Regis, Inglaterra. Su padre Richard Anning, un ebanista y vendedor de fósiles, y su madre, Mary Moore pertenecían a un grupo conocido como los disidentes, pues aunque profesaban el protestantismo no seguían los dictados de la iglesia anglicana. El matrimonio tuvo una larga lista de hijos los cuales fallecieron de manera prematura, a excepción de Mary y su hermano Joseph, quienes crecieron junto a su padre buscando fósiles. Mary no recibió ningún tipo de educación formal; todo lo que aprendió a lo largo de su vida fue de manera autodidacta y por su propia curiosidad.
La familia dependía de la venta de los fósiles recogidos en los acantilados junto al mar cerca de su casa. Después de la muerte de Richard por tuberculosis en 1810, la familia se basó principalmente en la caridad. Mary, Joseph y su madre, siguieron buscando fósiles y vendiéndolos a los a coleccionistas y eruditos. Los recursos, sin embargo, continuaron siendo escasos. Aquel mismo año, Joseph realizó su primer descubrimiento importante: un cráneo de ictiosaurio. Poco después, Mary descubrió el resto del esqueleto del espécimen en tan buenas condiciones que llamó atención de la comunidad científica.
Después de unos años, en 1817, los fósiles atrajeron la atención de un rico coleccionista británico, el coronel Thomas Birch. Birch ayudó a Mary y su familia económicamente comprando varios especímenes. Más tarde, subastó su colección y donó las ganancias a la familia en un período particularmente desesperado de sus vidas. Finalmente, Joseph decidió iniciar una vida más tranquila, se estableció como tapicero, mientras Mary seguía apasionada buscando en la tierra de los acantilados.
A lo largo de su vida, Anning descubrió los restos de varios grandes vertebrados incrustados en los acantilados. Sus continuos hallazgos comenzaron a llamar la atención, no solo de coleccionistas sino también de la sociedad científica de la época. Su hallazgo más famoso ocurrió en 1824, cuando descubrió el primer esqueleto intacto de un Plesiosaurus. El espécimen era tan grande y estaba tan bien conservado que atrajo la atención de Georges Cuvier, quien inicialmente dudó del hallazgo hasta que ver los dibujos del espécimen en un artículo del paleontólogo inglés William Daniel Conybeare. Después de que Cuvier autenticara el descubrimiento, la comunidad científica comenzó a reconocer el valor paleontológico de los fósiles encontrados por Mary.
La noticia de las excavaciones, convirtieron a Anning en una celebridad llevando a paleontólogos y coleccionistas hasta Lyme Regis para comprarle. Más tarde, Anning recuperó los esqueletos adicionales de un ictiosaurio y plesiosaurio en los acantilados. Para 1828, encontró un pterosaurio,
Anning aprendió geología, anatomía, paleontología e ilustración científica, mientras excavaba, todo de manera autodidacta. A pesar de su falta de formación científica formal, sus descubrimientos, y su habilidad para clasificar fósiles le ganaron una reputación entre los paleontólogos y la mayoría de la clase alta. Sus expediciones posteriores, incluyeron algunos científicos famosos de la época, como el geólogo y ministro británico William Buckland y el anatomista y paleontólogo Richard Owen. De hecho, fue Owen quien propuso el término Dinosauria en 1842.
Anning también mantuvo correspondencia y vendió fósiles a otros científicos destacados, como el francés Cuvier y el inglés Adam Sedgwick. Con todo, a Anning no se le dio todo el crédito por sus descubrimientos. Los coleccionistas e investigadores que publicaban artículos apenas nombraban su nombre; lo mismo pasaba con las instituciones, pues estas daban más crédito a los donadores y coleccionistas. De los muchos especímenes que encontró y recuperó, varios fueron descritos en prestigiosas revistas. Solo en algunas ocasiones excepcionales, Mary apareció acreditada por su labor. Como en el caso de los científicos Henry De la Beche, Gideon Mantell y William Buckland.
Hacia el final de su vida, Anning recolectó anualidades para la British Association for the Advancement of Science y la Sociedad Geológica de Londres, que se establecieron en torno a sus muchas contribuciones. Mary Anning falleció el 9 de marzo de 1847 de un cáncer de mama. Tras su muerte, el presidente de la Geological Society la elogió por su trabajo, aunque las primeras mujeres no serían admitidas en la organización hasta 1904.
Sus muchos descubrimientos contribuyeron a desmontar la teoría creacionista y a corroborar, en parte, las teorías evolutivas. Sin embargo, no fue hasta después de su muerte que la comunidad científica se dignó a rendirle homenaje.
En 2010, la Royal Society la reconoció como una de Las 10 científicas más influyentes de la historia británica. Muchos de los aspectos de su vida fueron narrados en la novela histórica “Las huellas de la vida” de Tracy Chevalier.