Religión

Moisés

Biografía de Moisés

Moisés es una figura fundamental dentro de las creencias del Cristianismo, el Judaísmo, el Islam y otras religiones. En sus Libros Sagrados, el hebreo se constituye como un personaje polifacético: libertador, profeta y líder espiritual. La historia de Moisés se encuentra, sólo con pequeñas diferencias, en el Antiguo Testamento bíblico, en la Torá y en el Corán. A él se le debe la liberación del pueblo hebreo, o israelita, y el posterior éxodo del mismo en busca de la Tierra prometida. Amram y Jocabed fueron sus padres; Miriam y Aarón, sus hermanos. El nombre del profeta, en las lenguas egipcias y hebreas, significa: «entregado por las aguas» o «salvado por las aguas». Después de Jesucristo, Moisés es el ser humano que más cerca ha estado de la presencia de Dios. Se cree que vivió entre el Siglo XIV a. C. y el siglo XII a. C. No obstante, es imposible comprobar su existencia, no hay evidencia histórica de él. Todo se resume a una cuestión de fe. En el Antiguo Testamento, la vida de Moisés se cuenta en los últimos cuatro libros del llamado Pentateuco, es decir, en Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; la Biblia lo refiere en infinidad de ocasiones.

En Egipto, el faraón, tras ver el crecimiento de sus esclavos hebreos, ordenó matar a los hijos varones de ellos. Hay quienes afirman que ese faraón fue Ramsés II, pero en los libros no hay referencias explícitas. La madre de Moisés, para evitar su muerte, lo puso en una canasta previamente arreglada y lo dejó correr por el río Nilo. La hija del faraón encontró al bebé y ordenó que una nodriza hebrea lo cuidara, ella era su misma madre, quien «ya grande, se lo entregó a la hija del faraón, la cual lo adoptó como hijo suyo y lo llamó Moisés, pues dijo: “yo lo saqué del agua”» (Éxodo, 2:10). Su infancia es relativamente desconocida. Cuando era un mayor, Moisés mató a un egipcio que lastimaba a un hebreo. Tuvo que irse a una región llamada Madián, donde se casó con Séfora y tuvo un hijo llamado Gerson. Allí fue pastor. Un día, en el monte Horeb, vio una zarza en llamas que no se consumía, una representación de Dios, que: «añadió: “yo soy el Dios de tus antepasados. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob». (Éxodo, 3:6). La voz le ordenó que fuera a Egipto, por su pueblo, para llevarlo a una tierra hermosa y buena, la Tierra prometida.

Moisés regresó a Egipto y convenció a los israelitas de lo sucedido. Tras una serie de encuentros, en donde Moisés hacía milagros bajo a gracia de Dios para convencer al faraón, aquel se niega a liberar al pueblo hebreo; según el Éxodo (7:7), el profeta tenía 80 años cuando intentó hablar con el faraón. Entonces Dios envió las 10 plagas contra Egipto. Por fin, el faraón les permitió irse; según el Éxodo (12: 40), el pueblo permaneció 430 años en Egipto. Caminaron hasta el Mar Rojo. El faraón decidió volver a esclavizarlos. Y salió a perseguirlos. «Entonces el señor le dijo a Moisés: “¿Por qué me pides ayuda? ¡Ordena a los israelitas que sigan adelante! Y tú, levanta tu bastón, extiende tu brazo y parte el mar en dos, para que los israelitas lo crucen en seco”» (Éxodo, 14:15-16). Cuando iban a cruzar los egipcios, Dios cerró el mar, ahogándolos. Los hebreos siguieron su peregrinaje. Pero por momentos perdían la fe.

En la travesía, Moisés solucionaba los pleitos de los israelitas con la ayuda de Dios. Era evidente la necesidad de ciertas leyes. Tras tres meses de haber salido de Egipto, llegaron al Sinaí y Dios le habló a su pueblo: les entregó los 10 mandamientos y otras leyes o normas de comportamiento. Los mandamientos fueron escritos por el mismo Dios, en dos tablas de piedra; durante seis días Moisés los esperó en la cima del Sinaí. Luego fue cubierto por una nube y esperó otros cuarenta días y cuarenta noches. Dios le ordenó cómo construir el Arca de la Alianza, donde se pondrán los mandamientos. También entregó las instrucciones para la construcción de un santuario, las vestimentas de los sacerdotes, las ofrendas diarias y el altar del mismo. El santuario sería llamado la «Tienda de encuentro». Pero, en ausencia de Moisés, Aarón y los hebreos crearon un becerro de oro y comenzaron a adorarlo. Moisés, en su enojo, dejó caer las dos tablas. La «ira de Dios» se desató: fueron asesinados quienes adoraron al becerro. Moisés le pidió perdón. El pueblo hebreo continuó el camino hacia la Tierra prometida. Antes de partir, se volvieron a escribir los mandamientos y se construyó el santuario móvil. Una nube, durante el día, y un fuego, durante la noche, representaban la compañía de Dios sobre su pueblo; ellos se posaban sobre el santuario.

Una vez salieron del Sinaí, los hebreos comenzaron a criticar a Moisés. Por orden de Dios, el profeta envió exploradores a la Tierra prometida. Ellos vieron la belleza del lugar y la fuerza de los pueblos que allá viven. Por esto último, el pueblo dudó de poder conseguir las tierras, incluso pensaron que no eran tan buenas; el pueblo tuvo miedo, renegó y perdió la fe, hasta se habló de regresar a Egipto. Josué y Caleb dijeron que la tierra era excelente y podrían conquistarla, fueron los únicos con fe. Entonces Dios condenó al pueblo hebreo a pasar cuarenta años sin entrar a la Tierra prometida: «Ustedes estuvieron cuarenta días explorando el país; pues también estarán cuarenta años pagando su castigo: un año por cada día. Así sabrán lo que es ponerse en contra de mí» (Números, 14:34). En una ocasión, Dios le dijo a Moisés que le ordenara a una roca darles agua. Moisés se adjudicó la consecución del líquido. El Señor, molesto, lo castigó severamente, prohibiéndole la entrada a la Tierra prometida. Durante esos cuarenta años hubo guerras y confrontaciones con otros pueblos.

La fecha se cumplió y Dios nombró a Josué, hijo de Num, como el sucesor de Moisés; el pueblo cruzó el río Jordán con él al mando. Moisés subió al Monte de Nebo y se le permitió ver la Tierra prometida: «Este es el país que yo juré a Abraham, Isaac y Jacob que daría a sus descendientes. He querido que lo veas con tus propios ojos, aunque no vas a entrar en él» (Deuteronomio, 34:4). El profeta murió a los ciento veinte años de edad. En el Libro Sagrado se afirma que: «Sin embargo, nunca más hubo en Israel otro profeta como Moisés, con quien el señor hablara cara a cara» (Deuteronomio 34:10).

 

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