Benito Juan Martín Quinquela, más conocido como Benito Quinquela Martín, nació en Buenos Aires, Argentina en 1890. Fue un pintor y muralista, de los denominados “Pintores de La Boca” (uno de los barrios de su ciudad natal). Adoptó un estilo naturalista, motivo por el que la temática de su obra giró, sobre todo, en torno a los barcos y las labores portuarias. También se le consideró “El pintor del riachuelo” por el ya mencionado tratamiento de los temas portuarios.
Quinquela Martín fue un hijo del barrio La Boca, ya que un día de marzo de 1890, unas monjas le hallaron completamente abandonado frente a las puertas de la Casa de los Expósitos, un orfanato; esta es la razón por la que no se tiene conocimiento alguno sobre la fecha exacta de su nacimiento. Vivió allí hasta los siete años, después fue adoptado por Manuel Chinchella y Justina Molina, dueños de una carbonería.
En ese entonces, La Boca era un barrio que estaba en ebullición. Se trataba de un centro portuario por excelencia donde el trajín de la actividad mercantil era acompañado por el movimiento de una dura vida en los conventillos y demás lugares en los que vivían los inmigrantes recién llegados a la Argentina. El propio padre adoptivo de Benito era un hombre proveniente de Italia, de quien él tomó el apellido en una traducción fonética al español: Quinquela
Sólo cursó dos años de la escuela primaria ya que se vio forzado a abandonar sus estudios para poder ayudar a sus padres. Así que se empleó descargando bolsas en el puerto y sumado a esto, colaboró en la carbonería familiar. A los diecisiete años se inscribió para tomar clases nocturnas de dibujo y pintura en una academia local con el maestro: Alfredo Lazzari.
Dos años después, a los veinte años realizó su primera exposición en la Sociedad Ligure de Mutuo Socorro y en 1919 consiguió el segundo premio en el Salón N acional
Con su obra, Quinquela Martín recorrió Argentina a lo largo y a lo ancho, yendo además a múltiples países del mundo. Su prestigio se acrecentó en gran manera, pero él se mantuvo siempre firme y fiel a su estilo y a sus temas: los puertos, los barcos, el carbón, el trabajo y la vida de aquel barrio que estaba grabado en lo más profundo de su corazón.
En la década de los 30, comenzó a emprender una serie de actividades destinadas a devolverle a La Boca parte de los inmensos favores que el barrio le había dado a él. Así, en 1933 donó un terreno que había comprado con el fin de que el Consejo Nacional de Educación construyera una escuela pública. Sólo tenía dos condiciones: primero, mientras que en el primer piso estaría la escuela, en el segundo se abriría un museo de artistas argentinos y en el tercero Quinquela Martín tendría su hogar y su atelier; sumado a ello, se le permitiría decorar las aulas de la escuela con murales.
De tal manera, En 1936 se inauguró la escuela Pedro de Mendoza y en 1938, el Mu seo de Artistas Argentinos, hoy conocido bajo el nombre de Museo de Bellas Artes Benito Quinquela Martín
Más tarde, fue donando otros espacios para que surgieran lo que hoy se conoce como Teatro de la Ribera, también para un jardín de infantes y lactarium y un Hospital de Odontología Infantil. Lugares en los que también decidió plasmar su arte con murales.
Su última obra a espacio abierto fue la que probablemente cambió de forma más radical el rostro de La Boca, ya que en la década de los 50, el barrio había entrado en una terrible decadencia debido a que la actividad portuaria se había trasladado a otros puntos, los antiguos conventillos se estaban viniendo abajo y toda la vida allí estaba cambiando.
Así, Quinquela Martín, conmovido por la nostalgia, por su profundo amor hacia arte y por su gran amor al barrio, decidió organizar un espacio de exposición al aire libre para que participaran varios artistas y artesanos. De esta manera, en un tramo de vía ferrocarril abandonada armó una calle como las de antes, con conventillos y colores, a la que llamó “Caminito” en alusión a un tango de Juan de Dios Filiberto.
Quinquela, siguió trabajando hasta sus últimos días en su atelier sobre la escuela y el museo. Nunca se fue de La Boca, o al menos, nunca definitivamente porque siempre volvía a ella después de sus viajes, tampoco se aisló de la vida del barrio: sus puertas estaban abiertas y muchas veces se paseaba entre los niños que asistían a la escuela que él ayudó a fundar.
Murió en 1977 y su huella nunca será olvidada.