Al revelar la historia de la pólvora, descubriremos que este es uno de los inventos más importantes en la historia de la Humanidad. Aunque también ha servido para fines destructivos, sus aplicaciones comerciales e industriales han tenido efectos de gran alcance, habiendo contribuido a una mejor explotación económica de materias primas que hubiese sido imposible con la maquinaria existente antes del siglo XIX. Considerando esta importancia parece imposible que los orígenes de la pólvora sean tan inciertos, a pesar de las investigaciones realizadas recientemente.
Sin embargo, se sabe que los chinos emplearon una débil forma de pólvora ya en los principios del siglo XI y que para la mitad del siglo XIII la utilizaban como medio de propulsión. Los europeos la conocieron a través de los eruditos árabes y es un hecho cierto que, en la década de los 1290, Roger Bacon ya conocía la sustancia y sus efectos explosivos.
Existen pruebas de que en 1320 se empleaba pólvora en Europa como carga propulsora de cañones y otras armas de fuego. A partir de este momento, las innovaciones se produjeron por partida doble: unas, destinadas a la búsqueda de pólvoras más eficaces; otras, al perfeccionamiento de las armas de fuego. En 1880, el descubrimiento de la nitrocelulosa revolucionó el diseño de las armas de fuego y de sus funciones, de la misma manera que el descubrimiento de la pólvora había revolucionado anteriormente las aptitudes del hombre para la guerra.
La producción de pólvora en Inglaterra data con seguridad del año 1345, pero auténticas fábricas de pólvora, tal y como hoy las entendemos, no existieron hasta el reinado de Isabel I.
La pólvora es una mezcla física y no una composición química, y en esto se distingue de la moderna “pólvora” o la nitrocelulosa. Para obtenerla, se mezclan tres ingredientes hasta que forman una masa pastosa y húmeda. La masa se comprime a tremenda presión en bloques que, a continuación, se trocean y reducen a tamaños granulares. Estos se hacen pasar por pedazos y se clasifican por tamaños según sea el uso al que se destinarán. Los ingredientes son nitrato de potasio (caliche), carbón vegetal y azufre, debiéndose poner especial atención en la calidad del carbón vegetal, que se consideraba imprescindible para que el producto final estuviera dotado de gran fuerza explosiva. El carbón producido por una variedad del cornejo era el que se empleaba para armas cortas militares y para disparar con armas deportivas, mientras que el producido por la madera de aliso entraba en la composición de pólvora para cañones o armas de fuego de inferior calidad.
Hasta 1650 las proporciones de la mezcla variaban considerablemente, pero a partir de esta fecha quedaron estabilizadas en el punto en que permanecerían, sin cambios de importancia, hasta nuestros días. Estás proporciones son: caliche 75%, carbón vegetal 15%, azufre 10%. La pólvora es un combustible, no un explosivo.
Mediante la alteración de su proceso de fabricación, puede adaptarse a todo tipo de arma o empleo comercial. Por esta razón, y muy a pesar de haberse visto reemplazada por la nitrocelulosa para armas cortas y la mayoría de las armas de fuego, se sigue produciendo con el fin de cumplir importantes funciones en la industria que otros compuestos químicos de más reciente factura no podrían llevar a cabo con la misma economía.
Así mismo, la pólvora sigue utilizándose en muchos lugares para la fabricación de cohetes, tracas, fuegos artificiales y muchos más.