Al descubrir la historia de la brújula o compás magnético nos damos cuenta de que no hay duda alguna de que esta se inventó en China, aunque no estemos seguros de cuándo se empleó por primera vez para navegar. Esto se debe a que los chinos comenzaron empleando la brújula para predecir hechos futuros.
La primera referencia en cuanto a su fabricación aparece en una enciclopedia china del año 1040. La primera noticia de su empleo como ayuda a la navegación se encuentra en un informe del año 1115.
La brújula china tomaba originalmente la forma de una cucharilla sin mango hecha de magnetita (óxido de hierro magnético) y que se ponía a flotar sobre el agua. La magnetita, influida por el campo magnético de la Tierra, tomaba siempre la misma orientación respecto a un eje norte – sur. Este hecho era conocido por los augures chinos, lo que les permitía “predecir” hechos con cierta facilidad. Más tarde, los chinos aprendieron a magnetizar el hierro, bien frotándolo contra un trozo de magnetita, bien calentándolo y dejándolo enfriar en reposo.
La primitiva cucharilla de magnetita constituía una brújula muy incómoda y los chinos pronto inventaron un flotador de madera, generalmente en forma de pez, al que le incorporaban un trozo de magnetita o de hierro magnetizado. La primera brújula marinera
Existen dudas de cómo llegó la brújula a Europa y a los países islámicos. Alexander Neckam, abad de Cirencester, fue el primer europeo en describir una de ellas, en el siglo XII. A finales del siglo XIII, el uso de la brújula ya se había generalizado por toda Europa. Tampoco hay pruebas de que los marinos árabes la empleasen antes de 1232 y el nombre que estos le dieron, al kombas, no es una palabra árabe, sino copiada de los italianos.
Los primeros compases magnéticos del Islam tenían, como los de los chinos, forma de pez, lo que hace probable que lo adoptasen en sus viajes al sur del mar de China y que lo perfeccionasen a través de los marinos europeos.
Hacia 1300 se introdujeron dos mejoras importantes de la forma del compás. La primera fue que éste se montó sobre anillos cardánicos o giroscópicos. Estos consistían en una serie de anillos concéntricos que cuando el barco bandeaba o cabeceaba, se mantenían paralelos al horizonte. Estos anillos se empleaban desde 1230 para sostener los incensarios de las iglesias.
La segunda mejora es la aparición de la rosa de los vientos, que es una carta marcada con los cuatro puntos cardinales y sus subdivisiones que va instalada en el compás magnético. Se dice, aunque no con total certeza, que fue inventada por Flavio Giogia de Amalfi hacia 1300. Sea o no cierto, el hecho es que fue un invento italiano.
Antes de su invención, la aguja del compás se podía emplear solamente para conocer más o menos la dirección del buque, y el marino para establecer su ruta tenía que fiarse de otros factores, tales como la posición del sol, de la luna y de las estrellas.
La aparición de la rosa de los vientos permitió al navegante fijar un rumbo al timonel y que este lo siguiese continuamente. Además hacia posible establecer la posición en el mar a la vista de tierra mediante la toma de puntos de referencia en la costa, tales como cabos, que podían registrase en la carta de navegación. Fue principalmente la rosa de los vientos lo que hizo posible los viajes de exploración iniciados por el príncipe portugués Don Enrique el Navegante que abrieron las rutas al Cabo de Buena Esperanza y al Extremo Oriente, y, finalmente, condujeron al descubrimiento del Nuevo Mundo y a los grandes viajes de la conquista de América de principios del siglo XVI, que hubieran sido prácticamente imposibles sin la existencia de un instrumento de orientación tan útil y a la vez tan sencillo.